HISTORIAS

RECONSTRUCCIÓN DE FORTUNATO DEPERO


Cuando viva de lo que he pensado ayer,

comenzaré a tener miedo de los que me copian.

FORTUNATO DEPERO, 1929

Autor: Francisco Javier San Martín

RECONSTRUCCIÓN DE FORTUNATO DEPERO


A pesar de haber firmado junto con Giacomo Balla uno de los manifiestos más lúcidos de toda la vanguardia histórica, de haber concebido el que quizá sea el libro de artista más sorprendente publicado en los años veinte, a pesar de su fundamental aportación teórica y práctica al arte de la gráfica publicitaria, de sus extraordinarias escenografías y vestuario teatral, sus pinturas y carteles, sus tapices, maniquíes, sus irrepetibles chalecos futuristas, sus deliciosos juguetes o su descubrimiento de la Arquitectura tipográfica, a pesar de estas y otras valiosas contribuciones al más genuino espíritu vanguardista, a pesar de su central aportación al mito del robot en pintura, teatro o danza, Fortunato Depero (Fondo, provincia de Trento, 1892 - Rovereto, 1960) sigue siendo considerado simplemente como uno de los protagonistas del segundo futurismo, relativamente valorado en el contexto italiano, pero aún no un artista de auténtica dimensión europea. Ni mucho menos global, a pesar de haber sido el único futurista de verdadera importancia que emprendió la aventura en Nueva York a finales de los años veinte, esa ciudad mítica en la que —según pensaba él— el futuro ya se había materializado. A ello seguramente contribuye el hecho de que por edad, no formara parte del grupo inicial de futuristas históricos, los futuristas heroicos de primera hornada —Umberto Boccioni, Carlo Carrà, Luigi Russolo, Gino Severini, Giacomo Balla—, sino a esa tropa más oscura del segundo futurismo que, después de la muerte de Boccioni, continuó con el movimiento y sobre todo amplió su campo de actuación, abriendo su abanico creativo a actividades aún inéditas para la vanguardia como la moda, el mobiliario, la publicidad, los juguetes, la fotografía, la arquitectura utópica, etc.; ese segundo futurismo que en algunas ocasiones es incluso más decisivo que el primero, pero que cayó en desgracia historiográfica, entre otras razones, por su mayoritario alineamiento en las filas del fascismo mussoliniano.

Si hablamos de vestuario en la vanguardia, los buenos aficionados seguramente recordarán los chalecos futuristas de Depero, pero también es probable que no puedan recordar otras obras del artista. Si mencionamos los libros de artista, todos sin excepción recordarán el llamado Libro imbullonato, algunos sin saber a ciencia cierta su autor. Si nos introducimos en el sector aún más específico de la exploración vanguardista del juguete, los especialistas citarán invariablemente las figuras de rinocerontes y papagayos en madera del artista italiano, pero seguramente no serán capaces de citar obras del artista en otros ámbitos. Es parte del efecto Depero, artista presente en el detalle, en su arrolladora inventiva sectorial, pero que sin embargo resulta difícil de unificar en la figura de su protagonista. Depero adquiere luz en el detalle, pero entra en la sombra cuando hablamos de los grandes artistas del siglo pasado. La dispersión de sus intereses ha jugado en contra de su construcción como artista. Pero la atalaya del siglo XXI, desde la que el fenómeno vanguardista ha cumplido ya un siglo, debería ser capaz de reunir los fragmentos de ese discurso hasta ahora disperso.

Es cierto que Fortunato Depero, uno de los protagonistas indiscutibles de este segundo futurismo, a pesar de todo su activo de aportaciones, sigue siendo considerado, por emplear un término clásico de la historiografía, un «maestro menor». Es muy posible, por no decir que enteramente cierto, que esta consideración se deba más al tiempo oscuro que le tocó vivir y a su relativo aislamiento en la provincia de Trento, que al valor real de su obra. Y también lo es, posiblemente, el hecho de que Depero fuera un artista que llegó demasiado pronto, que abrió espacios de creatividad inéditos que en muchos casos no serían retomados hasta décadas más tarde. Pero lo importante es el hecho de que serían retomados, lo cual lo emparenta, aunque sea solo en este aspecto, al Satie que entre melancólico y provocativo escribió en la peana de un monumento que imaginó para sí mismo: «He nacido en un mundo muy joven, en una época muy vieja». Depero sería, pues, un maestro menor, cargado de intuiciones, atento al menor soplo de aire en el ambiente de la creación, al que el tiempo poco a poco va situando en su verdadera dimensión. En el arte italiano de las neovanguardias, Bruno Munari es una figura de consenso prácticamente unánime, atento a la formalización del progetto, pero sin desatender una poética basada en la cotidianeidad más vulnerable. Munari, el artista que puso a punto un programa real de modernidad desarrollista para el arte italiano en los años cincuenta y sesenta, es un deudor confeso, aunque desgraciadamente no lo confesara tan a menudo, del legado oscuro y provinciano de Fortunato Depero.

Porque Depero no solo nació en una provincia apartada de lo que aún era el Imperio austrohúngaro, sino que hizo de ello uno de los temas alternativos de su futurismo personalizado. Acudió a Milán, a Roma, París o Nueva York, con la voluntad de estar presente en todos los nacimientos del ansiado futuro, pero alimentó también una sensibilidad, si no agraria, al menos local, de maravilla por lo cercano, de intersección en una cotidianeidad pacientemente laboriosa, pausada, pero fervientemente imaginativa. Desde su primera exposición a los diecinueve años en su Rovereto natal, jamás bajó la guardia de su compromiso y su pasión por el arte y su compromiso con el ideario futurista. Dejando de lado mercenarios y especuladores, a todo artista se le supone pasión por el arte, incluso a los llamados artistas de segunda fila o aún a los mediocres. La pasión es como un dato de partida para ejercer una actividad —o un oficio— tan específico como el de la creación. Más aún, si cabe, en un artista joven e inexperto que todo lo quiere absorber de esa pasión que le absorbe a él mismo. Para testificar la del joven Depero, valgan estas líneas que escribió —aún en caliente, poseído por la emoción—en su bloc de notas después de visitar repetidamente la exposición de dibujos y esculturas de Umberto Boccioni en la Galleria Futurista de Sprovieri en Roma:

Sala totalmente blanca – disposición extremadamente sencilla – dibujos sin enmarcar– piezas de escayola blanca o coloreada sobre peanas forradas de papel gris – solo lo imprescindible. Observé, dando vueltas sobre cada una de las piezas – escruté – vi – me alcé sobre la punta de los pies – me agaché – descubrí todo lo nuevo con vivo interés – nuevos encuentros me llevaron al orgasmo – conmovieron todo mi sistema nervioso – bordes de botellas, de platos, de mesas, descomposición de rostros – recuerdos de manos nervio, figuras-ambiente... Puro arte abstracto, musicalidad de líneas – velocidad de masas-pesadilla, de aristas-reflejo. Representación plástica de estados de ánimo – ansia de mostrar el momento lírico en el acto de creación...(1)

A los 21 años Depero sufrió su petite morte, enfermó de arte y aquella dolencia se convirtió en crónica: no logró curarse durante el resto de su vida.

Extracto del artículo publicado en Arte y parte, n.º 113, octubre-noviembre de 2014.

Notas:

1. Fortunato Depero, citado en Enrico Crispolti: «Appunti su Depero “astrattista futurista” romano», en Depero, catálogo de la exposición en el Museo Provinziale d’Arte de Trento, noviembre de 1988 - enero de 1989, pág. 191. 

 

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